En tanto que vivió nuestro padre, Alnaschar fue muy perezoso; pues, en vez de trabajar para ganarse el sustento, no se avergonzaba de ir a mendigarlo por las noches, y al día siguiente se mantenía con lo que había recogido; Murió nuestro padre de vejez, dejándonos por toda herencia, setecientas dracmas de plata, las que nos repartimos con igualdad, de modo que nos cupieron cien por parte.Alnaschar, que jamás se había visto con tanto dinero junto, hallóse muy apurado en darle empleo, y estuvo mucho tiempo cavilando sobre el particular, hasta que, por fin, resolvió invertirlo en vasos, botellas y otros enseres de vidriería, que fue a comprar en casa de un mercader al por mayor. Colocó toda su mercancía en una canasta, y alquilando una tiendecita sentóse alli, con la canasta delante y de espaldas a la pared, esperando que viniesen los compradores. Hallándose en esta posición, clava la vista sobre su canasta, empieza a discurrir, y en medio de sus cavilaciones prorrumpe en las siguientes palabras en voz bastante alta para que las oyese un sastre que tenía por vecino:
__Esta canasta __dijo__ me cuesta cien dracmas, y he aquí todo lo que poseo en el mundo. Vendiéndolo al por menor, fácil mente haré doscientas dracmas y volviendo a emplear estas doscientas dracmas en vidriería, juntaré cuatrocientas. Continuando de este modo, reuniré con el tiempo cuatro mil dracmas; de cuatro mil, fácilmente llegare a ocho mil; y cuando llegue a tener diez mil, dejaré la vidriería y me haré joyero. Negociaré en diamantes, perlas y toda clase de pedrerías; y como atesoraré cuantas riquezas pueda apetecer, compraré una hermosa casa, muchas heredades, esclavos, eunucos, caballos… tendré rica y abundante mesa y haré mucho estruendo en el mundo. Llamaré a mi casa a todos los músicos de la ciudad, bailarines y bailarinas, No pararé aún aquí, pues si Dios es servido, juntaré hasta cien mil dracmas, y cuando posea este capital, me tendré en tanto como un príncipe, y pediré por esposa a la hija del gran Visir, mandando decir a este ministro que habré oído contar maravillas de la hermosura, discreción, talento y demás altas prendas de su hija, y finalmente le daré le mil monedas de oro para la primera noche de mi desposorio. Si el Visir fuese tan descortés que me negase a su hija., lo que es imposible que suceda, iré a robarla a a sus propias barbas y la llevaré a mi casa contra su voluntad. En en cuanto esté casado con la hija del gran Visir, le compraré diez eunucos negros los más jóvenes y mas gallardos que se encuentren.
Vestiré a lo príncipe; y montando en un hermoso caballo, con una silla de oro fino y una mantilla de tisú realzada de perlas y diamantes, me paseará por la ciudad, acompañado de esclavos que irán delante y detrás de mi, y me presentaré en el palacio del Visir a la vista de los grandes y pequeños, que me tributaran rendidos acatamientos. Me apearé en casa del Visir junto a la misma escalera, subiré descollando entre mis criados, que en dos filas a derecha e izquierda irán en procesión, y el gran Visir me recibirá como a su yerno, cediéndome su asiento y colocándose inferior a mí para darme mas realce.
Si esto acontece, como no dudo, dos de mis servidores llevaran una bolsa de mil monedas de oro cada uno, y tomaré una, diciendo al presentársela: Aquí están las mil monedas de oro que prometí para la primera noche de nuestro desposorio; luego le ofrecerá la otra, diciendo: Tomad, ahí tenéis otras tantas para evidenciaros que sé cumplir mi palabra y que doy mas de lo que ofrezco. Con tamaño arranque no se hablará. por dondequiera sino de mi generosidad. Regresará a mi casa con el mismísimo boato. Mi esposa me mandará algún oficial para cumplimentarme sobre la visita que habré hecho al Visir su padre, y yo regalará al oficial un precioso vestido,.y le despedirá con un rico presente. Si ella trata de enviarme otro, no lo aceptará, y despedirá al portador. No permitiré que salga de su aposento bajo ningún pretexto, por más preciso que aparezca, sin mi previo conocimiento, y cuando yo tenga a bien visitarla, lo haré de modo que le infunda respeto mi persona. En una palabra, no habrá casa más entonada que la mía.
Yo siempre estaré ricamente vestido. Cuando por la noche me retire con ella, me sentará en el puesto de honor, y aparentará ínfulas de gravedad, sin volver la cabeza a derecha ni a izquierda.
Hablaré muy poco, y mientras mi mujer, que será hermosa como la luna llena, permanezca en pie delante de mi con todos sus atavíos, yo haré como si no la viese; y sus damas, que estarán en torno de ella, me dirán:
Nuestro querido amo y señor, mirad a vuestra esposa, vuestra humilde servidora que delante de vos está esperando que la acariciéis; mirad cuan apesadumbrada esta porque ni tan sólo os dignáis mirarla. Ya se halla cansada de permanecer tanto tiempo en pie; decidle a lo menos que se siente.
Yo no contestaré la menor palabra a esta arenga, a fin de aumentar su extrañeza y su quebranto; ellas se arrojaran a mis pies, y cuando hayan pasado largo rato en aquel ademán, sup1icándome que me deje ablandar, levantaré finalmente la cabeza, les echaré una mirada distraída, y volveré a la idéntica postura. Juzgando ellas que mi mujer no estará, bastante bien vestida y aderezada, la acompañarán a su retrete para mudarla, y entre tanto yo también me levantaré y me pondré un vestido aun más magnifico que el anterior. Volverán ellas otra vez a la carga; me hablaran en los mismos términos, y yo me complaceré en no mirar a mi mujer hasta tanto que me hayan rogado y suplicado con las mismas instancias y tanto rato como la vez primera. Así, principiaré desde el primer día del matrimonio a enseñarle el modo con que pienso trataría todo el tiempo de su vida. Pasadas las ceremonias nupciales, tomaré de la mano de uno de mis criados, que estará mi lado, una bolsa de quinientas monedas de oro y la daré a las-doncellas para que me dejen solo con mi esposa. Cuando se hayan retirado, mi mujer se acostara primero, y en seguida me acostaré yo, dándole la espalda, y así pasaré toda la noche sin decirle una sola palabra. A1 día siguiente no dejara ella de quejarse a su madre, la mujer del gran Visir, del poco aprecio que le manifiesto y de mi orgullo; y entonces mi corazón rebosara de placer.
Vendrá su madre en busca mía, me besar: las manos con respeto y me dirá:
Señor (pues no se atreverá a nombrarme su- yerno por temor de ofenderme hablándome con demasiada familiaridad), ruégoos encarecidamente no os desdeñéis de mirar a mi hija y acercaros a ella; os aseguro que ella no trata sino de agradaros, y os ama con toda su alma.
Pero por mas que hable mi suegra, yo no le contestaré palabra, y me mantendré cabal en mi gravedad.
Entonces ella se arrojara a mis pies, me los besaré, repetidas veces y me dirá: Señor, ¿podríais poner en duda el recato de mi hija? Júroos que la he tenido siempre a mi lado, y que sois el primer hombre que le ha visto la cara; cesad de tenerla tan apesadumbrada; concededle la gracia de mirarla, de hablarla y de fortalecerla en la buena voluntad que tiene de satisfaceros en todo y por todo. ‘
Nada de este me inmutará, y al verlo, mi suegra tomará un vaso de vino, y poniéndolo en la mano de su hija, le dirá: Preséntale tú misma este vaso de vino; no cabe que tenga la crueldad de rehusarlo de una mano tan bella. Mi mujer se llegara con el vaso, y permanecerá de pie y temblorosa delante de mi; y cuando vea que yo no me vuelvo a mirarla y me aferro en mi desaire, me dirá, bañados en lagrimas los ojos:
Corazón mío, alma mía, amable señor mío, os ruego, por los favores que el Cielo dispensa, que me hagáis a merced de recibir este vaso de vino de la mano de esta más humilde servidora vuestra.
Yo no obstante, tendré buen cuidado de no mirarla todavía ni responderle.
Querido esposo mío continuara ella-, bañada más y mas en su llanto, y acercándome el vaso a la boca, no pararé hasta que haya conseguido que bebáis.. , Cansado ya de sus ruegos, le lanzaré una mirada terrible y le daré un bofetón en la cara, repeliéndola con el pie tan fuertemente, que ira a caer a la otra parte del sofá.
Tan absorto estaba mi hermano en estas quiméricas ilusiones, que representó a vivo la escena con el pie, y quiso su mala suerte que diera tan recio con su canasta llena de vidrio, que de lo alto de su tienda la echó a la calle, quedando, por consiguiente, toda su mercancía hecha mil pedazos.
El sastre, su vecino, que había oído aquel extravagante soliloquio, dio una gran risotada cuando vio caer la canasta.
¡Oh! ¡Qué malvado eres! le dijo mi hermano.
¿ No debieras morirte de vergüenza en ajar a una novia que ningún motivo de queja te ha dado? ¡Muy brutal debes de ser que desoigas el llanto y, los halagos de una señorita tan preciosa! Si yo me hallara en lugar -del gran Visir tu suegro, te mandaría dar cien corbachadas, y te haría pasear por la ciudad con las alabanzas que mereces.
Con este fracaso, volvió en sí mi hermano, y viendo que su orgullo insufrible era causa de lo que le hubiese sucedido, golpeóse la cara rasgóse los vestidos y se puso a llorar dando alaridos a los que pronto acudieron los vecinos y se detuvieron los transeúntes que iban a la oración del mediodía, los cuales pasaban en mayor número que los demás días, porque casualmente era viernes.
Los unos se compadecieron de Alnaschar, y los otros no hicieron mas que reírse de su extravagancia; pero lo cierto es que la vanidad que se le había subido a la cabeza se había disipado con su hacienda, y él seguía llorando amargamente su mala suerte, cuando vino a pasar por allí una señora de posición, montada en una mula ricamente enjaezada. Movióla a compasión el estado de mi hermano, y preguntando quién era y por qué lloraba, le dijeron únicamente que era un infeliz que había empleado el poco caudal que tenía en la compra de una canasta de vidrio, y que ésta le había caído rompiéndose toda la Vidriería.
Al punto se volvió la señora hacia un eunuco que la acompañaba, y le dijo:
Dadle lo que llevéis encima..
Obedeció el eunuco, poniendo en manos de mi hermano un bolsillo con quinientas monedas de oro; y fue tal el gozo que recibió mi hermano con aquel dinero, que dio mil bendiciones a la señora, y cerrando la tienda, donde ya no era necesaria su presencia, marchóse a su casa.
Estaba haciendo mil reflexiones sobre la gran ventura que acababa de tener cuando oyó llamar a la puerta; antes de abrir preguntó quién era, y conociendo por la voz’ que era una mujer, abrió y ella le dijo:
Hijo mío, vengo a pediros un favor; es la hora de la oración y quisiera lavarme; para poderlo hacer permitidme que entre en vuestra casa a tomar un jarro de agua.
Miró mi hermano a aquella mujer, y aunque no la conoció, viendo que ya era de edad avanzada, otorgóle lo que pedía, dándole un jarro lleno de agua. Volvió en seguida asentarse, y pensando siempre en su última aventura, puso el dinero en un cinto largo y estrecho. Entretanto hizo la vieja su oración, y después vino a ver a mi hermano, postróse dos veces dando con la frente en el suelo, cual si hubiese querido rogara Dios, y levantándose en seguida, dijo a mi hermano que le deseaba mil felicidades, en agradecimiento a su urbanidad; pero, como iba vestida muy pobremente, y se humillaba de aquel modo delante de él, juzgó que le pedía limosna, y él le presentó dos monedas de oro. Retrocedió entonces la vieja con extrañeza y como ofendida, diciendo:
¡Gran Dios! ¿Qué significa esto? ¿Acaso me tenéis por por una de esas pordioseras que hacen profesión de introducirse descaradamente en las casas para pedir limosna? Guardad el dinero, que, a Dios gracias, no me hace falta; yo pertenezco a una señora joven de esta ciudad, que es muy hermosa y al propio tiempo muy rica, y no permite que yo carezca de cosa alguna.
No echó de ver mi hermano el ardid de la vieja, que si bien había rehusado las dos monedas de oro, era tan sólo con el fin de lograr más; y preguntóle si podía proporcionarle el logro de ver a aquella señora.
Con mucho gusto le contestó ella; tendrá una satisfacción en casarse con vos, y os hara donación de todos sus bienes juntamente con su persona. Tomad vuestro dinero, y seguidme. ..continua
parte 2 quinto hermano del barbero ** volver a índice