Muy atrevidos, dos burritos de carga iban trotando por el camino. El que iba adelante llevaba valijas de oro en polvo y el de atrás, simples sacos de harina. Aunque burros del mismo jaez, no quería el primero que el segundo marchase a su lado.
_Alto ahí, decía. No te compares conmigo, que el que carga oro no es de la misma baraja que el que lleva harina. Conserva cinco pasos de distancia y marcha respetuosamente como si fueras un paje.
El burro de la harina se sometía y marchaba detrás con las orejas gachas, envidiando al hidalgo.
De repente
_Eh, …..Eh!
Surgieron tras de un tronco unos ladrones de caminos y tomaron a los burritos por el cabestro.
Examinaron primeramente la carga del burro humilde:
_Harina! exclamaron decepcionados. El diablo lo lleve! Veamos si hay algo más de valor en el de adelante
_Oro, oro! gritaron abriendo desmesuradamente los ojos. Y se dedicaron al saqueo.
Pero el burrito resistió, Coceó y echó a correr por el campo. Los ladrones corrieron detrás, lo cercaron, le cayeron encima a palos y piedras. Al fin, lo desvalijaron. Terminada la fiesta, el burrito del oro, más muerto que vivo y tan maltrecho que ni siquiera podía tenerse en pie, reclamó el auxilio del otro, que pacía sosegadamente, muy fresco, la hierba del bosque.
_¡Socorro!, amigo!. Socórreme que estoy maltrecho…
El burrito de la harina respondió burlonamente.
_¿Pero es que podré aproximarme yo a vuestra excelencia?
_¿Por qué no? mi hidalguía estaba dentro de las alforjas y se fue en las manos de aquellos bandidos. Sin las alforjas de oro a cuestas, soy una pobre bestia al igual que tú.
_Bien lo sé. Tú eres como ciertos grandes hombres del mundo que sólo valen por el cargo que ocupan, en el fondo, simples bestias de carga, yo, tú, ellos…..
Y le ayudo a regresar a casa, aprendiendo para su uso, la lección que ardía en el lomo del vanidoso.
